jueves, 25 de octubre de 2012

HANS M. ENZENSBERGER



DOS ERRORES

Lo admito, en otro tiempo
disparé con gorriones a los cañones.

Que no diera en el blanco,
lo reconozco.

Por el contrario, nunca afirmé
que ahora importa guardar un silencio total.

Dormir, respirar, escribir poesía;
esto casi no es un crimen.

Sin mencionar
la famosa conversación acerca de los árboles.

Cañones sobre gorriones, eso querría decir
caer en el error opuesto.

AMOS OZ



ENVUELTO EN SOMBRAS LA LUZ PROCLAMA

Viudo y padre. Paciente y recto Como una rama.
Por las noches se avergüenza en la cama.
Al otro lado duerme una mujer que ama.

El sueño se resiste. Ella está al otro lado
sola y desnuda de costado,
Hija mía. Esposa. Tesoro hallado.

La luz de la mesilla tiene que encender.
En la foto de la cómoda, su hijo. Su mujer.
Se arrastra hacia la cocina. Quiere beber.

Vuelve a su habitación. Se sienta. Bebe un vino embriagador.
Se ensimisma frente a la pantalla del ordenador.
Teclea: un verano agotador.

Desde el jardín oscuro un pájaro le reclama,
envuelto en sombras la luz proclama.
Narimi Narimi. ¿Recuerdas? Te llama.

Se levanta. Desea ir a taparla, huir de su soledad,
extender sobre su sueño un ala de padre de avanzada edad.
Vuelve a la cama. Domina su piedad.

Se olvida de su cuerpo. Se atormenta. Se mueve.
Vuelve a dar la luz. Casi las cinco de la madrugada. Llueve.
En el Tibet las cinco son ya las nueve.

NAZIM HIKMET



BAKÚ DE NOCHE

Noche sin estrellas hasta el pesado mar
noche cerrada y oscura
la ciudad de Bakú es un soleado campo de trigo
Estoy en la colina,
el sol me da de lleno en la cara
se escucha en el aire un preludio de rast que fluye como las
                                                                                      aguas del Bósforo.
Estoy en la colina,
mi corazón es como una balsa
                                             que se aleja en una separación infinita
                                              y va más allá de los recuerdos
                                              hasta el pesado mar sin estrellas
                                                          en la noche cerrada y oscura.

EFRAÍN HUERTA



LA MUCHACHA EBRIA

Este lánguido caer en brazos de una desconocida,
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie dormido, navaja verde o negra;
este instante durísimo en que una muchacha grita,
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.
Todo esto no es sino la noche,
sino la noche grávida de sangre y leche,
de niños que se asfixian,
de mujeres carbonizadas
y varones morenos de soledad
y misterioso, sofocante desgaste.
Sino la noche de la muchacha ebria
cuyos gritos de rabia y melancolía
me hirieron como el llanto purísimo,
como las náuseas y el rencor,
como el abandono y la voz de las mendigas.

Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido
y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de
                                                                       las cantinas,
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo
                                                                           negra barba
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,
de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,
de la muchacha que una noche —y era una santa noche—
me entregara su corazón derretido,
sus manos de agua caliente, césped, seda,
sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos,
sus torpes arrebatos de ternura,
su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos,
su pecho suave como una mejilla con fiebre,
y sus brazos y piernas con tatuajes,
y su naciente tuberculosis,
y su dormido sexo de orquídea martirizada.

Ah la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido
y la generosidad en la punta de los dedos,
la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.
Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha sangrienta y abatida.

¡Por la muchacha ebria, amigos míos!

viernes, 12 de octubre de 2012

MANUEL ALCÁNTARA



El campo esconde manos, las entierra
al sur de los limones, tierra adentro.
Vivir se queda huérfano de manos,
del nativo decálogo del cuerpo.
Tantas utilidades escondidas
residen para siempre en el silencio.
Un haz de manos quietas es la muerte.
Yacimiento de manos es el tiempo.
Debajo de la tierra no hay saludos:
los muertos no conocen a los muertos.