viernes, 29 de marzo de 2013

GREGORY CORSO




YO OBSEQUIÉ

Obsequié el firmamento
junto a las estrellas los planetas las lunas
y también las nubes y los vientos del clima
las formaciones de aviones, la migración de las aves...
“¡De ningún modo!”, aullaron los árboles,
“¡Los pájaros cuando no vuelan son nuestros,
no los podés obsequiar!”
Así que obsequié los árboles
y el terreno que ellos habitan
y todas aquellas cosas que crecen y se arrastran sobre él
“¡Un momento!”, marearon los mares,
“¡Las costas, las playas son nuestras, los árboles para los barcos
para los astilleros, nuestros!, ¡no los podés obsequiar!”
Por lo tanto obsequié los mares todas las cosas que los nadan los navegan...
“De ningún modo”, tronaron los dioses,
“¡Todo lo que has obsequiado nos pertenece!
¡Nosotros lo creamos!
¡Incluso creamos a aquéllos como vos!”
Entonces fue cuando obsequié a los dioses.

sábado, 23 de marzo de 2013

MAROSA DI GIORGIO




DE SÚBITO, ESTALLÓ LA GUERRA

De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar
arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;
después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó
ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del infinito,
todavía, con las alas.
Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas:
"Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas...".
Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía
calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance
de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó
la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este, el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se divorciaran.
De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra,
arriba de las calas.

ÓSCAR CERRUTO




EL MIEDO

No es el sonido de mi sangre
o el ala de un insecto
ni siquiera
la luz
acercándose
oscilante como una mano
en la indefensa
sombra.
Lento rebota un grito
en las piedras de la calle
- y oyes el sueño de una hoja.

La calma
corroída
repite su amenaza.
El ojo (indecible)
del silencio.

Un muro es la noche
y transparece.

lunes, 11 de marzo de 2013

ELIZABETH BISHOP




CANCIÓN PARA LA ESTACIÓN DE LLUVIAS

Escondida, oh escondida
entre la alta niebla,
la casa donde vivimos,
bajo la roca magnética,
con lluvia, montada de arcoíris,
de donde las bromelias negro
sangre, líquenes,
búhos y las hilos de agua
de las cascadas se adhieren, familiares,
espontáneamente.

En una edad oscura
de agua
el arroyo canta estridente,
desde la caja torácica
de un helecho gigante; el vapor
trepa sin esfuerzo
por la tupida
maleza, se retuerce,
envolviendo a ambas,
roca y casa,
en una nube privada.

Por la noche, gotas ciegas
se arrastran sobre el tejado
y el  búho comúnmente marrón
nos da pruebas de
que sabe contar:
cinco veces —siempre cinco—
patea y se va
después que las gordas ranas que,
croando de amor,
se encaraman y suben.

Casa, casa abierta
al blanco rocío
y el amanecer blanco como la leche
agradable a los ojos,
que pertenece a los pececillos de plata,
ratón, gusanos de libros,
grandes polillas; con un muro
para el ignorante
mapa del moho;
oscurecida y empañada
por el cálido toque
de la cálida aliento,
maculada, adorada,
regocíjate! Pues una época
futura será diferente.
( diferencia que mata,
o intimida, mucha
de toda nuestra pequeña vida sombría!)

Sin agua
la gran roca quedará
desimantada, pelada,
no más tiempo llevando
ni arcoíris, ni lluvia,
ni el indulgente aire
ni la alta niebla disipada;
los búhos se marcharán
y las diversas cascadas
se secarán
bajo el continuo sol.

domingo, 3 de marzo de 2013

SAM SHEPARD




SI FUESE

Si todavía rondaras por aquí
Te tomaría
Te sacudiría por las rodillas
Te soplaría aire caliente en ambas orejas

Tú, que podías escribir como una Pantera
Todo lo que se te metiera en las venas
Qué clase de verde sangre
Te arrastró a tu destino

Si todavía rondaras por aquí
Te desgarraría hasta meterme en tu miedo
Te lo arrancaría
Para que colgara como un pellejo
Como jirones de miedo

Te daría la vuelta
Te pondría de cara al viento
Doblaría tu espalda sobre mi rodilla
Masticaría tu nuca
Hasta que abrieras tu boca a esta vida

sábado, 2 de marzo de 2013

PIERRE REVERDY




HORIZONTE

Mi dedo sangra
Con él
Te escribo
El reinado de los viejos reyes se acabó
El ensueño es un jamón
Pesado
Que cuelga del techo
Y la ceniza de tu cigarro
Contiene toda la luz

En la curva del camino
Los árboles sangran
El sol asesino
Ensangrienta los pinos
Y a los que pasan por la pradera húmeda

La tarde en que se durmió el primer mochuelo
Yo estaba ebrio
Mis miembros laxos cuelgan ahí
Y el cielo me sostiene
El cielo en que lavo mis ojos todas las mañanas

DINO CAMPANA




NAVÍO EN VIAJE

El mástil oscila rítmico en el silencio.
Una tenue luz blanca y verde cae del mástil.
El cielo límpido en el horizonte, cargado de verde y dorado
tras la borrasca.
El cuadro blanco del farol en lo alto
ilumina el secreto nocturno: por la ventana,
las cuerdas altas -un triángulo de oro-
y un globo blanco de humo
que no existe como música
sobre el círculo, con los golpes del oleaje en sordina.

MAX JACOB





LA SEÑORA CIEGA

La señora ciega cuyos ojos sangran cuida de sus palabras
Ella no habla a nadie de sus males

Tiene cabellos parecidos al musgo
Y lleva joyas y pedrerías rojizas

La señora gorda y ciega cuyos ojos sangran
Escribe cartas prolijas con márgenes e interlíneas

Cuida los pliegues de su vestido de felpa
Y se esfuerza por hacer algo más

Y si no menciono a su cuñado
Es porque aquí este joven no merece el honor

Pues bebe por demás y emborracha a la ciega
Que ríe, ríe entonces y aúlla.