viernes, 22 de febrero de 2013

JEAN CLAUDE RENARD




DECIRES

El desierto del desierto está, como el silencio del silencio, habitado.
Igual lo inseparable separa.
El ser se sostiene entre si y no – ¿o más allá?
¿Quién guarda las palabras no dichas?
Cada palabra escribe otra palabra.
¿Dónde coincide la obscuridad con la claridad?
Saber hacerse frente sin espejo.
Ninguna distancia está desocupada.
No puede ser todavía la presencia – mas a lo menos, ya, la ausencia de ausencia.
Siempre hay alguno dentro o fuera, delante o detrás, en lo alto o en lo bajo – quien es lo mismo y el otro.
Los contrarios se unifican – ¿al igual que los extremos?
Sólo el enigma es ineluctable.
Las lluvias nuevas son interiores.
La existencia comienza allá, donde deja de existir.
Dios no se abre mas que más allá de Dios.
Dar permiso para acoger.
Nada está condenado a perderse ni a salvarse.
La no-escritura anima la escritura.
¿La muerte está alguna vez completa?
Todo signo señala otro signo: sea este de casi nada, del ruido de alguien.
El fuego, el frío: ¡una única sangre!
Alcanza el vacío del vacío.
Lo intraducible ofrece sentido a lo traducible.
Nuestra palabra depende de nuestro silencio.
La santa tiniebla es una lámpara.
Todo verdadero libro tiende hacia el otro-libro.
La lengua echa en la noche raíces.
¿Qué mujeres habitan el trigo?
Muy pura sea la celebración del bosque.
Todo es morada del secreto.
Tanto lo inefable como lo absoluto designan algo más amplio que ellos.
¿El otro es el infinito del uno?

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