miércoles, 5 de septiembre de 2012

AIMÉ CÉSAIRE


Yo reencontraré el secreto del gran diálogo, el secreto de las grandes combustiones. Diré tormenta, rió, diré tornado. Diré hoja. Diré árbol. Me mojarán todas las lluvias, brillaré humedecido por todos los rocíos. Igual que la sangre arrebatada en la corriente lenta del ojo de las palabras, como caballos furiosos, como niños muy pequeños, como coágulos, cubrefuegos, como ruinas de templo. Como joyas, correré lejos, lo suficientemente lejos como para desalentar a los mineros.
El que no me entienda, tampoco entenderá el rugido del tigre.
Soy el que canta con la voz aherrojada en el jadeo de los elementos. Es dulce ser nada más que un pedazo de madera, un corcho, una gotita de aguas torrenciales del comienzo y del fin. Es dulce abandonarse en el corazón destrozado de las cosas.
La poesía nace con el exceso, la desmesura, con la búsqueda acuciada por lo vedado.

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